Mercedes Pinto nace el 12 de octubre de 1883 en La Laguna en la
isla de Tenerife en el seno de una familia culta y acomodada, su padre fue el
escritor y crítico literario Francisco María Pinto, que murió cuando Mercedes
tenía dos años. Pronto descubriría sus dotes literarias puesto que fue
merecedora de galardones en concursos regionales, con siete años de edad
intentaba componer piezas dramáticas, con 14 ya había sido bautizada en su
entorno como “La Poetisa Canaria” y pronto vio publicados sus poemas en diarios
tinerfeños de la época.
La enfermedad mental de su primer esposo, Juan de Foronda, la
obligó a trasladarse al Madrid de los años 20, donde la apoyaron célebres
intelectuales (Ortega y Gasset, Cristóbal de Castro o Carmen de Burgos, entre
otros) y donde tuvo una espacio en prestigiosos diarios y revistas (Prensa
Gráfica, La Acción, o Lecturas de Barcelona). Allí publicará su primer libro de
versos, Brisas del Teide, y pronunciaría la polémica conferencia El divorcio
como medida higiénica, en la que defendía el divorcio para situaciones como la
que la propia Mercedes Pinto padeció directamente. Sin embargo estas ideas eran
demasiado adelantadas para su época y para un país sumamente católico como
España. Esta intervención arriesgada y valiente en la Universidad Central de
Madrid le valió la amenaza de una deportación por parte de Primo de Rivera. Por
esa amenaza, decide exiliarse a Uruguay y abandona España en 1924, dirigiéndose
hacia la frontera de Portugal, donde debía tomar el barco que la llevaría a
Hispanoamérica, y donde sufrirá uno de los grandes dolores de su vida: la
muerte de Juan Francisco, su hijo primogénito.
Uruguay marcaría el rumbo intelectual y humano de Mercedes: allí
contrajo segundas nupcias con el joven abogado toledano Rubén Rojo, a quien
había conocido en Madrid, y recibió toda clase de éxitos y un abultado
reconocimiento intelectual. Dispuso de cargos especiales en el gobierno de
Uruguay y fue, de hecho, la primera mujer oradora del gabinete. Promotora de la
cultura entre las clases populares, fundó en Montevideo la famosa Casa del
Estudiante, cuya finalidad era reunir gratuitamente a todo el público que
cupiese en el salón o en el patio techado de su casa en la calle Minas, en
torno a variadas actividades culturales. Entre los nombres que por allí
desfilaron, baste mencionar a Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Jacinto
Benavente, Rabidranat Tagore o Luigi Pirandello. Durante esta etapa, trabajó
para las revistas y periódicos más importantes y da a la imprenta el poemario
Cantos de muchos puertos, entregando sobre todo las emociones que le brinda el
paisaje de las muchas tierras que la acogieron y también su primera novela, Él,
llevada al cine por Buñuel décadas más tarde. En esta novela narraba el
maltrato y su atormentada vida conyugal con el primer marido, enfermo de
paranoia celotípica. Fueron años de enorme efervescencia creadora en los que
expandió su trabajo escénico no sólo como autora de textos dramáticos como por
ejemplo Un señor… cualquiera que se estrenó en el Teatro Solís de Montevideo
donde nos advierte sobre la inutilidad de aferrarnos a conceptos y creencias
que, con el paso de los años, no significarán nada, ya que el tiempo y la
evolución se encargarán de transformar lo que era prohibido en algo habitual, o
en natural lo que antes nos resultaba perturbador e indecente.
Además también destacó como empresaria teatral, con su Compañía de
Arte Moderno o fundadora de la Asociación de Escritores Teatrales del Uruguay.
Después de siete años de intensa vida en el país, y satisfecha por su fama como
periodista, oradora, feminista, pedagoga, socióloga, dramaturga, poeta y narradora.
Mercedes lo abandona en busca de experiencias nuevas y con la mente puesta en
su regreso a España. Así es como inicia, en 1932, una larga gira con su
compañía artística por varios países de Suramérica. En Paraguay, Argentina y
Bolivia, Mercedes desarrolló un buen número de actividades al lado de sus
espectáculos teatrales: habló en escuelas e institutos educacionales; fue la
primera mujer que ocupó esta vez la tribuna de la Universidad de Asunción
(invitada por el Gobierno para la celebración de las fiestas de independencia);
la ovacionaron en Tucumán, donde defendió la hermandad entre las mujeres de
América, y entre los pueblos del continente; impartió conferencias de
interesantes contenidos sociológicos, disertando en Jujuy sobre pedagogía
(“Concepto moderno de la educación a las juventudes”) o en la Universidad de La
Paz sobre la juventud y otros temas de actualidad (“La juventud de hoy”, la
educación moderna, la educación sexual).
La siguiente etapa de su vida se ubica en Chile, donde residirá
durante tres años, y donde fue contratada por el presidente del país, Arturo
Alessandri, para actuar como conferencista en escuelas, cuarteles militares y
estaciones de policía, mientras da a la luz sus siguientes obras: el estreno de
El alma grande del pequeño Juan, y la edición de Ella, su segunda novela, donde
Mercedes se desnuda y cuenta su propia vida desde su infancia en Tenerife hasta
principios de los años 20, con la franqueza, la sinceridad y el estilo directo
y sencillo que la caracterizan. Durante su estancia, recibió el aplauso de la
intelectualidad chilena, amén de unos versos escritos por Neruda y dedicados
personalmente a la escritora y homenajes varios que festejaron no sólo sus
obras literarias, sino la claridad de sus ideas, modernas y luminosas. El
propio Gobierno le agradeció las actividades realizadas en el país con un viaje
a La Habana.
Cuba era un destino que anhelaba conocer desde su infancia y había
decido visitarlo antes de regresar definitivamente a España, pero la Guerra
Civil española en 1936 abortó su esperanza de volver al origen y la detuvo en
La Habana durante siete largos años. En la isla caribeña Mercedes Pinto brilló
de nuevo como lo había hecho en sus etapas anteriores. Ocupó el puesto de
Educación de Conferencista en la radio del Gobierno para las escuelas fundadas
por Batista, ingresó como periodista en el Mundo y Carteles, desplegó una
intensa actividad política en pro de la República Española y de las libertades
femeninas y trabajó en varias estaciones radiofónicas, que le otorgaron una
enorme popularidad. El sueño cubano –pues sin duda fue este espacio su segunda
isla en el exilio y el país que más feliz la hizo durante su larga y azarosa
errancia-, concluyó con la muerte de su segundo esposo, Rubén Rojo, que
falleció tras larga enfermedad. Fue esta nueva desgracia familiar la que
condujo a Mercedes Pinto a su último destino, la Ciudad de México, adonde llega
inducida por una de sus hijas, la actriz Pituka de Foronda, que había grabado
en La Habana la primera película del cine sonoro en Cuba, y que allí mismo fue
contratada por el realizador azteca El Indio Fernández para protagonizar sus
películas. En México Mercedes también se integrará en el periodismo, pero no a
su llegada, precisamente, como desvela su nuevo encuentro con Batista en el
D.F., que en medio de un banquete oficial le pregunta: “¿Qué hace aquí?” y ella
responde “nada”. Sabedor de la adoración que había despertado en Cuba, Batista
le jura que “antes de quince días usted volverá a escribir en mi tierra”, y así
fue, pues el entonces director del diario cubano El País le solicita enseguida
una colaboración continua para el suplemento dominical, a cambio de un sueldo de
cien dólares.
El 21 de octubre de 1976 fallece en México Distrito
Federal a los 93 años de edad. Desde ese día, Mercedes yace en el Panteón
Jardín de la Ciudad de México, custodiada por los versos que le dedicó su
amigo, el poeta Pablo Neruda…
con el corazón frente al aire,
enérgicamente sola.
Urgentemente viva.
Segura de aciertos e invocaciones,
temible y amable en su trágica
vestidura de luz y llamas”.
Con estos versos acabo con la semblanza de Mercedes Pinto, una mujer coraje. Toda la información que he recogido se basa principalmente en el trabajo de Alicia Llarena, doctora en Filosofía Hispánica y profesora titular de Literatura Hipanoamericana de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Y también sobre publicaciones que se realizaron por el Día de las Letras Canarias el 21 de febrero de 2009 dedicado ese año a Mercedes Pinto. Finalizo con una reflexión que hacía Alicia Llarena sobre la invisibilización de Mercedes: “Que la novela de una escritora canaria publicada en los años veinte sirviera de argumento a Luis Buñuel era ya un dato extraordinario; que además lo fuera de una de sus películas preferidas amplificaba la emoción; que Jacques Lacan se sintiera atraído por este caso de paranoia rozaba el grado de lo increíble; y que en aquellas fechas una autora de las islas edificara su ficción sobre una enfermedad mental me pareció, cuando menos, un gesto excepcional en el contexto de nuestras letras. Sin embargo vinieron a mí un mar de preguntas, y la primera de todas, precisamente, fue la de la ausencia: ¿por qué no lo editaron antes? ¿y por qué nadie habla de Mercedes Pinto?”